Esta publicación forma parte de una historia que escribí para un personaje de una partida de rol. Se trata de una breve introducción a través de un flashback del pasado del propio personaje. Espero que os guste 😊
Rhodd cruzó a galope la vasta llanura que lo separaba de su destino. Tras varios días de carrera y angustia, se acercaba a las tierras de los Velendir.— «Quién me mandaría a mí hacer esto…».— Pensaba mientras cabalgaba a lomos de Brummar, su caballo.
Sus ropajes al viento, con los colores propios del ejército, lo hacían parecer una mancha en el horizonte.Muchos habrían huido sin dudarlo dos veces ante la idea de entregar una noticia de semejante calibre a una de las familias más importantes del lugar. Y es que nadie, y mucho menos el mismísimo Lord Anthanan, querría oír la llegada inminente de los reclutamientos a sus tierras.
—A veces pienso que debería haber sido panadero. Como mi padre. Como mi abuelo. Y como mi bisabuelo. Demonios, ¿Qué he hecho mal para acabar así?— Su voz era una combinación de agotamiento y hastío ante esta situación.— Al menos tú me comprendes, ¿no?— Susurró mientras miraba a su caballo, buscando consuelo en su viejo compañero, el cual respondió con un breve pero brusco relincho. Definitivamente hoy no era su día.
Si algo había aprendido en todo este tiempo en el ejército era que el tiempo es oro, incluso para aquellos no tan interesados en su causa. Y si bien era cierto que Rhodd sería ascendido si lograba hacer llegar la orden a tiempo, no tenía muy claro cómo saldría ileso del bastión Velendir. —«Diablos errantes, cada vez me parece más loca esta idea»— Suspiró de nuevo, mientras tiraba de las riendas, haciendo trotar al caballo con el objetivo de reponer algunas fuerzas antes de la carrera final.
Llevaban ya un tiempo en aquellos parajes, y eso se notaba. Si algo caracterizaba a las llanuras que se extendían desde Iwa a Ina eran sus vivos colores: Parecía como si el mismísimo Tese'Dere hubiese decidido dar rienda suelta a su imaginación, salpicando la tierra con su paleta de colores hasta donde alcanzaba su ojo. Flores de vivos colores y diversas formas adornaban el paisaje, en combinación con rocas salpicadas por todas partes.
Este era uno de los pocos lugares donde el territorio permanecía inmutable a lo largo de todo el año: El contraste entre las estaciones del año era casi inexistente, dotando a estas tierras de un misticismo poco común en Ílona.
Rhodd deseó no haber tomado aquella ruta una vez comenzó a internarse en las llanuras. El olor era embriagador, no hacía más que recordarle su mala decisión. —De vuelta a casa, recuérdame rodear este lugar— volvió a susurrar, aunque esta vez algo más fuerte, no parecía que hubiese nadie que le pudiese escuchar salvo
Brummar, claro. El animal procedió a cabecear a modo de gesto afirmativo tras escuchar aquellas palabras. O al menos eso creía él.
—«Nadie entiende los designios de los caballos. Hazte amigo de uno, y tendrás un amigo para siempre.»— le contó una vez su padre.
Si bien esto era algo obvio, también lo era el hecho de que su padre acabó volviéndose loco, por lo que tomaba precauciones a la hora de hablar con su caballo. En esta vida había que ser precavido para evitar los problemas.
Llegados a un arroyo, jinete y montura realizaron una pausa para tomar agua. Cumplir con su misión era necesaria pero era preferible realizarlo sin morir en el intento, teniendo en cuenta además las temperaturas que rodeaban a la región.
Rhodd se dirigía a beber cuando lo vio: Su imagen se reflejaba con toda claridad en el agua cristalina. No pudo evitar hacer una mueca de sorpresa cuando se vio en un estado tan lamentable.
—«Y pensar que solo han sido tres días de camino…»— No podía apartar los ojos de aquel reflejo que mostraba aquello que tanto tiempo había evitado.
Aunque no era el hombre más apuesto del mundo, siempre consideraba que estaba en la media de los ílonas. Su estatura, que no superaba el metro ochenta, ojos oscuros y una barba poco cuidada hacían de él alguien bastante normal para alguien de su región.
No hacía falta fijarse demasiado para observar las crípticas marcas que se enroscaban alrededor de su cuello. Finas líneas formadas por pequeños grabados con forma de glifo giraban, se retorcían y parecían asfixiar
a su portador.
—«Ojalá pudiese volver a aquel día, no se lo merecía…»— se palpó el cuello, buscando algo con lo que pudiese arrancarse aquellas cadenas.
Por mucho que lo intentara, nada cambiaría para él. Al menos no hasta que cumpliese con su cometido, y ese momento estaba cerca.
—Vámonos, Brummar. Ya va siendo hora—
Se incorporó con cierta presteza y en un ágil movimiento subió al caballo, el cual se quedó completamente quieto, como si lo estuviese esperando. Había perdido demasiado tiempo con aquellas visiones, y eso le pasaría factura.
El final del día estaba cerca. Los últimos rayos de sol comenzaban a abandonar el horizonte mientras largas y oscuras sombras brotaban por todas partes, como si de lodo se tratase. El aire estaba impregnado de un tono nostálgico, casi triste. Para muchos, los atardeceres en aquellas praderas eran un bello espectáculo que debían ser vistos al menos una vez en la vida.
Poco a poco se estaban acercando a las tierras de los Velendir, cuya extensión ocupaba una gran parte del bosque. A partir de allí habría que ir con cuidado. Era probable que hubiese vigilancia en este territorio, aunque esta no fuese una zona en conflicto.
Mientras se acercaban a su objetivo, las ideas empezaron a germinar en la mente de Rhodd. ¿Qué pasaría si no lograba cumplir su misión? No lo había considerado una opción hasta ahora, en parte porque no tenía otra vía de escape.
—«En el peor de los casos, moriría como cualquier otro»— Pensó mientras se aproximaba a los primeros árboles del bosque. A nadie le acabaría importando lo más mínimo. Se trataba de los Velendir, ni más ni menos.
Y si por algo eran conocidos no era por su amabilidad y honor. Su dinero y su ambición habían hecho de ellos unos verdaderos asesinos. No asesinos de puñal en mano, pero asesinos al fin y al cabo. Cientos de pobres inocentes trabajaban en las minas del señor Lareth, padre y cabeza de familia. Allí donde su mano se posaba, toda aquella persona al borde de la pobreza acababa sucumbiendo a su falta de escrúpulos.
Pero esto pronto iba a acabar, y Rhodd lo sabía muy bien. Y lo sabía tan bien porque él mismo sería el que se encargaría de darles fin, comenzando por Lord Anthanan.